Espíritu de la controversia
En la noche del veintiocho de diciembre, el día de los santos Inocentes, del año mil novecientos treinta y dos había venido al mundo el segundo hijo de un matrimonio, en una localidad alejada de las grandes urbes, en épocas de poco desarrollo y mucha precariedad. A pesar de la situación, de no tener el estómago lleno, más que en contadas situaciones, y el cuerpo abrigado, el pequeño Tomás, fue un niño alegre y feliz. Aunque no nadaba en la abundancia, creció alto y espigado, con un atractivo, que no pasaba desapercibido. De carácter fuerte, extremadamente generoso con sus propiedades, hasta el punto de dejar lo mínimo para si, y lo demás compartirlo. Su gran defecto era ser el espíritu de la controversia. Por ejemplo si alguien decía blanco, y aunque él lo pensase, que así era, nunca lo aceptaba, sino que para salirse con la suya, decía que el blanco era más claro, brillante, etc , por lo tanto era gris.
Como en su infancia y juventud careció de abundancia, cuando tuvo un hogar propio nunca reparó en que la mesa estuviese llena de alimentos para los suyos. Sin embargo, a pesar de tanta escasez en su infancia, era una persona con un estómago mal acostumbrado, pocas comidas eran de su agrado, y que decir de su olfato, que parecía más bien de un perro sabueso. Si le llegaba un olor, que el consideraba desagradable, se negaba en redondo a probar dicha comida.
Por lo delicado de su paladar, se encontró con situaciones desagradables, pues como él temía que se le presentasen, era como si su temor las llamara, y apareciese todo eso que el temía.
Siempre que había vomitonas, el era el encargado de recogerlas, si caía una mosca en el plato, ese era el suyo, y así un largo etc.
Con motivo de la fiesta de Pascua que se celebraba en una localidad cercana a la suya, vivía su hermano político, que siempre lo invitaba, con el que tenía muy buena relación. Éste cuñado, poseía una amplia casa y aunque no era rico, llevaba una vida más cómoda, debido a un negocio de transportes que le daba buenos ingresos. En esa fiesta, había conseguido traer del puerto de Vigo, una gran variedad de mariscos.
Tomás tenía su mesa llena, pero no de dicho manjares, que él nunca había probado.
Llegaron su esposa, hijos y él a una hora temprana, para tomarse unos vinillos e ir a misa con los familiares. Mientras charlaban en la cocina, vio que su cuñada abría la nevera, y dentro había, como unos animales parecidos a los sapos, con muchas patas que se movían y unas conchas, que estaban abiertas, parecidas a los limacos, que el conocía, aparte otros que parecían alacranes, además del olor que desprendían, un olor a autentico mar, algo que no alegraban a su fina pituitaria.
Sin que lo notasen se levantó camino de la terraza, mientras le iban dando arcadas, y las lágrimas le brotaban. Tenía que convencer a su mujer, que no quedaban a comer, aquello que había visto, con solo pensarlo le revolvía el estómago.
En el momento que vio a su mujer sola le dijo:
Marchamos para casa, yo no quedo a comer aquí, no quiero esos sapos, limacos, ni alacranes, así que llama a los chavales, que marchamos.
¡Tú, estas loco! ¿Cómo le vamos a decir que nos vamos ahora?. Además no tenemos coche, hasta después, si no es un taxi.
¡Voy yo a buscarlo, tú dile que marchamos, pero cuéntale otra cosa, que no piensen mal.!
¡Como si nos sobrara el dinero! llamar un taxi.
El insistía, por lo que ella se acercó a su hermano le dijo que marchaban: todos, trataban de convencerlos que no, incluso los niños, no querían irse. ¡Para un día que podían ir a los caballitos, regresaban sin verlos!
¿Pero que pasa Tomás? ¿ no nos jorobarás la fiesta.?
No, no, contesta Tomás, es que no me encuentro bien, prefiero marchar que estoy algo revuelto.
Bueno dice su cuñado: Pues marcha tú, los niños y María quedan, ya los llevaré yo.
Marchamos todos, añade Tomás. Ya vendremos otro día.
Aunque María y los niños deseaban quedarse, no tuvieron opción y le acompañaron.
De regreso a su casa, la mujer se enfadó con él y sus manías, los niños desilusionados, no querían escuchar sus razones.
Pasado el tiempo, su cuñado se enteró de la razón de la marcha precipitada de la fiesta, y en otro de sus viajes, trajo marisco y le llevó un poco, obligándole a probarlo.
Mientras Tomás estaba en el trabajo, se presentó con los moluscos en casa de la hermana. Antes de que regresase de la faena diaria, ya habían cocido y preparado el marisco.
Cuando llegó su olfato le previno que había algo distinto en casa, a parte de ver un vehículo aparcado al lado de la puerta, y eso era algo raro.
Obligado por el regalo de su cuñado, por no hacerle el feo, probó de aquello que el consideraba poco apetitoso. Al probarlo, no daba crédito a la exquisitez de dichos mariscos. Pudo comprobar, como aquellas almejas, con salsa que él creía limacos, estaban riquísimas, al igual que las centollas, gambas y langostinos, que otra ocasión había evitado comerlos.
Sabiéndose culpable, no tuvo objeción en dar las gracias por el regalo recibido, y disculpándose, por haber sido tan “Cuitao”, como él decía.
¡Con los buenos que están, y yo, no querer comerlos!
A lo que dijo su familiar: Ya, pero tú siempre tienes que llevar la contraria, si no no estás a gusto.
Al unísono todos soltaron una gran carcajada.