El seranu

El morral

Desde muy pequeño, estaba acostumbrado a cargar con el morral. Éste era de cuero, de color marrón que con los años se había ennegrecido, con un trozo más largo, que volteaba para tapar y hacer de cierre. Con dos compartimentos y una correa larga. Lo cual, permitía que lo colgase en bandolera.

Primero lo usó de pastor, para llevar la merienda. A su corta edad le llegaba a la rodilla. A poco de salir con el ganado, ya tenía hambre. Debido quizá, porque estaba en época de crecimiento, y como no, a las estrecheces de esos años.

Había crecido y aunque estaba familiarizado, con los animales que vivían en el campo, tenía un miedo repulsivo a las serpientes, arañas y ratones. Algo difícil de no encontrar en un pueblo.

Desde que recordaba, tanto de pastor, como en los trabajos del campo, estos animales proliferaban por doquier, sobre todo en los meses más cálidos.

A los ofidios, le tenía repulsión desde hacía muchos años. Siendo muy pequeño, mientras sus familiares segaban el cereal, el se quedó dormido, a la sombra de unos robles. Cuando despertó una culebra de color pardo, estaba enroscada a su pierna y le oprimía, mientras sacaba su lengua bífida.

A los roedores, le tenía manía, porque se metían en cualquier sitio, incluido, sus reservas de golosinas.

A los arácnidos, desde que su hermano mayor para hacerle rabiar le colocaba alguna, en el asiento, o incluso en la cabecera de la cama. Procuraba siempre revisarlo todo, pero, si un día lo hacía más de prisa y se confiaba. Zasca, allí aparecía, y la encontraba. Cada vez, eran más grandes ó eso se lo parecía a él.

Ya de adulto, esas fobias todavía persistían.

Como todos los años, se hizo una reunión en el pueblo, para limpiar y desbrozar la presa que servía de riego en épocas de estío. Se tardaba unas cuantas horas en dejarla acondicionada, por lo que cada uno de los de la cuadrilla que iba a limpiar, llevaba merienda. Nuestro amigo, como no, cargaba con el morral y la bota al hombro.

Comenzaron la faena, unos desde el pueblo, hacía el río, otros desde el comienzo del caudal, en dirección a la aldea. Comerían en la Llanada, más o menos, a medio camino. Allí dejaron las viandas a la sombra, en el valle que asoma a la explanada, teniendo especial cuidado, en poner cerca del agua en una zona húmeda, las botas de vino, sin que le llegase la corriente de agua, que podría deteriorar el cuero y dejarla inservible. Las colocaban donde le llegase el frescor de la fuente, en la zona sombría. La fuente llamada de Mata Saltones (Saltamontes), ya que pequeños insectos, incluido saltamontes, quedaban allí patidifusos, debido a lo fría que está.

Próximo al medio día, el grupo que avanzaba desde el poblado, llegó a la zona intermedia, el otro grupo, le quedaba un poco del trayecto para acabar. Mientras un puñado se incorporó para ayudar a terminar la limpieza, los que quedaron, hicieron fuego, para asar algún alimento, y fueron colocando unos asientos de piedra en torno a la lumbre.

Jeremías, que era un mozalbete y amigo de idear trastadas, sacó de su zurrón una pequeña culebra de goma, y con la ayuda de otro, buscaron las pertenencias de Ramiro, sin ser vistos, y con sumo cuidado, colocaron el ofidio de goma dentro del morral.

Terminado el trabajo, se fueron sentando alrededor de la fogata y desde distintos lados, se fueron acercando, los palos, o “espitos”, al calor de la lumbre, con el jamón, chorizo, o panceta.

Ramiro, se disponía a colocar en su palo, el tocino, cuando por el rabillo del ojo, creyó ver una serpiente dentro del morral. Asomó la vista, y allí entre sus viandas estaba estirada.

Sin pensarlo dos veces, ni mirar con calma, tomó el morral por la correa y con todas sus fuerzas lo lanzó valle abajo.

¡Adiós comida pensó! ; Mientras veía caer las viandas por el aire, quedando el morral colgado de unas ramas en la copa de un roble, al que rodeaba, un buen zarzal. La mayoría de sus compañeros, quedaron asustados de la reacción de Ramiro, solo Jeremías y alguno más estaban al tanto de la broma. Entre todos compartieron lo que llevaban de alimento, con él que había tirado el suyo. Comentando: ¡Pero hombre!, ¿Cómo tiras con el morral? ¿A que viene eso?

Cuando el hombre narra lo sucedido, todos se fijan en Jeremías que aunque trata de no reírse, está que explota.

Ramiro, al principio se pone serio, pero al ver que todos se ríen con ganas, no puede por menos, que aguantar la guasa. Después de todo, ha comido bien, de lo que le han dado, y todavía tiene la bota. Echa unos tragos y ahora, con el calor que le da el vino, consigue aflorar una sonrisa.

Debido a la broma, todos han comido menos, pero se lo han pasado en grande, sobre todo Jeremías. Solo Ramiro esta serio, echa de menos el morral, que ha quedado colgado en el roble, y aunque quiera subir a cogerlo, está en una caña delgada y debajo hay un gran el zarzal, que con buen ánimo tardaría casi mediodía en limpiar. Además, aunque ya sabe que la culebra era de goma, no las tiene todas consigo

Ramiro, siente un gran cariño por el zurrón. Desde niño le ha acompañado siempre. A pesar de la pérdida, se consuela, pues como bien decía su madre, nada es para siempre.