El seranu

En el nombre del padre

No muy lejos de la rectoría compuesta, por iglesia de estilo románico, la casa parroquial, los prados, huertas, castaños y una buena plantación de árboles frutales, trabajados por los caseros, que además de cultivar las tierras, cocinaban para el señor cura, y tenían sus ropajes y la iglesia preparada para las labores dominicales y todos los eventos celebrados. En las praderas de la rectoría pastaban vacas, algunas ovejas y cabras, todas rodeadas de un vallado haciendo imposible su salida. Además en los establos adosados a la vivienda, se engordaban unos hermosos cerdos, conejos, gallinas y algunas aves menos comunes como faisanes, que su señoría degustaba y de vez en cuando regalaba a autoridades políticas y eclesiásticas.

Al fondo de la vasta propiedad corría un pequeño riachuelo, que en épocas de estío, refrescaba los pequeños huertos sembrados, de los convecinos del párroco. En un recodo de dicho arroyo, se agrupaban un conjunto de construcciones deficientes, compuestas por chapas y materiales de deshecho, habitadas por un grupo de familias gitanas. Estos con el arroyo cerca para lavar y hacer sus tareas diarias no pedían más. Del entorno de sus pequeñas chabolas, ya de buena mañana se veía salir el humo, donde preparaban el menú diario.

Cuando el párroco, visitaba sus extensas propiedades, se topaba con alguno de los moradores del recodo, a los que nunca vio coger nada, pero más de una vez, tanto el casero como éste, notaron de un día para otro desaparecer, algún cordero, y sobre todo gallinas., pero no se podía acusar, pues nadie veía nada.

Debido a las comidas abundantes y las buenas cenas, su señoría tenía problemas de gota, y para eliminar dichos oxalatos, caminaba por sus praderas de mañana a hora temprana.

Allí en unas de sus caminatas, pudo ver, como un gitanillo, joven al salir de la puerta, miraba al cielo, y con un pausado ritual, se santiguaba. Como aquella acción, tan anómala en el joven, dejó descolocado al señor cura, tratando éste de saber la causa, no dejaba ningún día de hacer el recorrido, para encontrarse, con la misma escena cada jornada.

El párroco, cada vez más intrigado con lo que veía cada paseo matutino, trató de averiguar, el motivo de tan agradable acción. Por un tiempo se devanó la sesera, para ver la mejor manera, de saber las intenciones del gitano, sin entrar a fondo de la cuestión. Dejando que la sutileza pudiese aclarar sus dudas, sin parecer que era algo que le importase, para desde una posición de conocimiento, actuar, sin parecer estar un escalón por encima, pero sin tampoco, tener un leve conocimiento de las vicisitudes de sus feligreses.

Y como bien dice el refrán la situación se presentó sola, aliada con los deseos de la autoridad eclesiástica.
Uno de los días que por culpa de la gota, que le tenía en vilo más de una noche, se retrasó en su paseo diario, coincidiendo con el joven gitano. Cuando ascendía por e camino que lo acercaba a la población. Al tropezarse, ambos se saludaron con un movimiento de cabeza, aunque con los deseos que el señor cura albergaba, de enterarse de la acción cotidiana del hombre, decidió preguntarle: En vez de ir directo a la cuestión que le alteraba, se fue por otros derroteros, dando un pequeño rodeo , para luego preguntar a bocajarro.

Hijo; ¿Me gustaría saber su nombre?
A lo que el otro, en principio dejó parado.
¿Quien desea saberlo señor cura y para que?

Es que de un tiempo a esta parte tengo que hacer mis paseos diarios, y con gran alborozo, he visto que cuando sales de tu casa, miras al cielo y cierras los ojos mientras te santigua, haciendo el Nombre del Padre, y eso es algo que me agrada, teniendo a Dios nuestro padre en su hacer cotidiano.

A lo que el gitano asombrado, contesta: Mire señor cura, yo cada día hago ese gesto diciendo:
Piense este (o sea, cabeza).
Para alimentar a éste (estómago).
Sin que tenga que trabajar este, ni este (o lo que vendría a ser los brazos).

El señor cura, que ya había preparado el consejo que le soltaría, sintiéndose un buen pastor que cuida del rebaño, se quedó mudo, sin saber que decir, momento en que el joven gitano aprovechó para salir como alma que lleva el viento, escapándose del sermón que iba a caerle, y seguir su camino…

Mientras el descolocado señor cura se recomponía meneando la cabeza, pero admirando el ingenio, que el más joven poseía.