El seranu

Emilia y José

A comienzos de mil novecientos cuarenta, después de un corto noviazgo, Emilia y José se habían casado. Ella de una pequeña aldea ourensana, él cercano a la mariña lucense. Como las oportunidades no abundaban para prosperar en su iniciada vida, tomaron la decisión de emigrar a La Habana.

Después de una agitada travesía y unas fiebres, que mermaron parte del pasaje, posaron los pies en el malecón de La Habana. José algo más instruido, no le hizo tanta novedad la isla cubana, por su parte Emilia, era la primera vez que salía de su pueblo, y todo se le hacía extraño.

Encontraron enseguida trabajó, iniciando su andadura en todas las oportunidades que se le presentaban, aceptando lo más adecuado. Pasado un tiempo, con los pocos ahorrillos que traían, dieron la entrada de una pequeña casita, cercana a la capital, rodeada de intensa vegetación, bordeaba por unos matorrales de bambú que crecían exuberantes, antes de perderse, en una ligera pendiente que bajaba a la ensenada cercana. Con mucho tesón y esfuerzo, fueron mejorando. En los dos años siguientes, José trabajó duro y gracias a su don de gentes, consiguió un empleo como capataz en una hacienda dedicada al cultivo del tabaco. Los jornaleros que llevaban más tiempo en la hacienda, no veían con buenos ojos, que José lograse una ascensión rápida en la empresa, y en más de una ocasión tuvo que enfrentarse a los cabecillas.
Como le gustaba observar y comprender todo lo concerniente al tabaco, en poco tiempo él mismo, con la ayuda de su esposa y un puñado de obreros, consiguió plantar unos terrenos, que le dieron buenas cosechas, ampliando en los siguientes años el negocio.

En el plano económico aunque con trabajo, todo prosperaba, pero la llegada de un retoño, siempre se malograba. Emilia tuvo algunos abortos, y en el último el médico anunció que iba ser difícil, que llegase a ser madre. Aún así ella se negaba a aceptarlo.
A los pocos años ya tenían una buena hacienda con cientos de acres donde sembrar y secar el tabaco, ampliando la contratación de personal. Con ellos, también servicio para la casa.
Tanto José como Emilia, a pesar de tener empleados, no dejaban de estar en primera línea, supervisando y ayudando si la ocasión lo requería.

Fueron años en que la vida se volvió fructífera para el matrimonio, consiguiendo una fortuna con los negocios tabacaleros. Eran invitados a los eventos de la zona, e incluso en la capital. Emilia poseía una buena colección de joyas, con dinero en el banco, algo que se le hacía raro y extraño.
De nuevo la mujer quedó en estado, y a pesar de que el embarazo, no fue complicado, debido a todos los cuidados de los médicos. Cuando se presentó el parto la cosa cambió. El bebé nació muerto y Emilia, debido a una intensa hemorragia, sobrevivió, pero a los pocos meses, siguió a su retoño. José pasó un tiempo hundido, su querida Emilita, le había dejado vacío.

En ese tiempo el general Fidel Castro sube al poder en la isla, las grandes y medianas fortunas, ven como todo lo trabajado y acumulado es expropiado. José, intenta invertir el dinero en otros negocios, las propiedades las ponen en venta, guardando el efectivo en un cofre junto con las joyas en un lugar de la hacienda próximo a la casa, para poder tirar de ellas si lo necesita.
El ama de llaves, una nativa cubana, al servicio de la hacienda desde un principio toma las riendas del hogar, al fallecimiento de Emilia y un tiempo después de la alcoba del amo. José, quizás por soledad, o por dejarse llevar por su instintos, acaba retozando con la ama de llaves.
En un principio sintió como si traicionase a su amada esposa, pero con el pasar de los días se fue acomodando a la situación
Al poco tiempo la criada ascendida a señora, quedó encinta, de la que meses después nació un varón alegrando la vida de su progenitor.
Con el nuevo régimen cubano, los que poseían bienes y propiedades, vieron como todo era despojado de sus propietarios. José intentó poner los activos a buen recaudo, con la ayuda del gestor de confianza que poseía en la empresa. Éste le aconsejó transferir dinero a bancos españoles, él como titular y al ama de llaves y madre de su hijo como beneficiaria.
Cuando en la isla se hizo la situación insostenible, José ya tenía casi todo su capital en España, y aconsejado de nuevo por el gestor, mandó a la madre de su hijo y nueva esposa, para Madrid, mientras él cerraba todo lo que tenía en Cuba y regresaba a España.
La segunda esposa de José, su pequeño hijo, y el gestor mandado por éste, salen del aeropuerto de la Habana, rumbo a la capital española. El amo, se queda en la isla hasta cerrar sus negocios, para luego unirse a ellos.
Los recién llegados se hospedan en un hotel en la capital, haciendo las gestiones pertinentes, para dejar a José sin un centavo. Con la idea preconcebida antes de abandonar la isla, sin que el interesado, haya notado ni el más pequeño atisbo de que está siendo utilizado por la mujer y su gestor de confianza, reservan pasaje para Nueva York. Desde los primeros meses del matrimonio de José con la cubana, esta y el gestor ya eran amantes.

José, manda sendas misivas para estar al corriente de las gestiones en la península. No recibe respuesta, por lo que decide adelantar el viaje de regreso a España. A su llegada se da cuenta que su esposa, hijo y gestor han desaparecido. Sin un hogar en el que residir, dejando sus cuentas limpias y sin una dirección donde preguntar.
Después de muchas vueltas, logra enterarse que, salieron en un vuelo a Nueva York. Solo, engañado y estafado, sin ánimo para buscarlos, intenta recomponerse e irse a vivir con lo poco que le ha quedado.
Decide marcharse, a unos terrenos con una casa muy antigua y vieja, en una pequeña cala de mariña lucense, que años atrás había adquirido, pero ésta también ha sido mal vendida por sus personas de confianza.

Así que toma la decisión de visitar a sus cuñadas en la zona de Valdeorras, para ver que puede hacer. Cuando llega al lugar de destino, relata lo sucedido a las hermanas de Emilia y éstas con sus escasos recursos, le ayudan en lo que pueden. Allí con lo poco que le dejaron, sus estafadores construyó una casita donde montó un nuevo negocio como panadero, contratando a parte de su familia política. Y de nuevo prosperó.

Logró saber del que tenía como hijo, pero debido a la poca relación entre ambos, y más rasgos físicos con el gestor que suyos propios, ésta no llegó a afianzarse.
Lo que siempre recordaba era a su amada Emilia, y a su forma de guardar y ahorrar por si venían malos tiempos. Gracias a las pocas joyas escondidas que le quedaron, pudo volver a reflotar en la vida.
A la isla cubana que tanto le había dado, nunca regresó.