El seranu

Como el perro y el gato

Tin, era un perro color canela sin raza definida, y menos con pedigrí. Tal vez por su carácter inquieto, o porque cuando creció molestaba, sus antiguos dueños le abandonaron. Había salido de la perrera, para incorporarse a una nueva familia. Quizás por haber sufrido malos tratos, cuando llegó a su nuevo hogar, nada más ver a cualquiera con una escoba o algo en la mano, que se asemejase a un palo, se tiraba en el suelo asustado y no se atrevía a moverse. Tal era su necesidad de cariño, que intentaba acaparar las caricias de sus dueños siendo el protagonista de todo. Cuando alguien entraba en sus dominios, en vez de ladrarle, se acercaba esperando que le acariciasen, sin preocuparse de ser el perro guardián que alertase de algún intruso. Además cuando olisqueaba comida, con ansia voraz, engullía más que comer.

Como la mayoría de los perros, perseguía como un loco a sus enemigos gatunos, parándose en seco, cuando estos se le enfrentaban. En esos momentos ladraba como un poseso esperando que el minino saliese corriendo y él pudiese seguirle unos metros, para regresar como un valiente.
Con los canes mayores que él, cuando estaban atados, o iba acompañado de los dueños, se envalentonaba, ladrando y azuzando a los que no podían salir. Aunque alguna vez, salió mal parado, creyendo que a los que molestaba, estaban a buen recaudo. Más de una vez tuvo que salir por patas y nunca mejor dicho, ya que el can ofendido, salía veloz tras él, pero a correr pocos le ganaba. Debido a su cuerpo fibroso volaba más que corría y sorteaba a sus oponentes de mayor envergadura gracias a su velocidad. Como era muy cariñoso, no solía enzarzarse en peleas con nadie. Cuando la llamada de la naturaleza llegaba, no se le veía el pelo y en alguna ocasión llegó magullado. Era en esas ocasiones cuando no salía y simplemente se le ataba, para que no pudiera hacerlo, ya que al menor resquicio, ya no había manera de alcanzarlo.

Al poco de llegar a su nuevo hogar, se incorporó a éste una pequeña gatita tricolor, que nada más ver a Tin, se erizó como una condenada, amenazando a éste si daba un paso más. El perro, quizás por que estaba en sus dominios y con sus dueños, o por que era muy pequeña no le hizo caso y siguió acercándose a la minina. Los dos primeros días la gata lo evitaba, pero poco a poco se fueron acercando. A la semana, la pequeña gatita, ya se había adueñado de parte de los lugares favoritos del perro. Tin dormía junto a la caldera de la calefacción, en una gruesa capa de ropajes y la gata al lado en una cestita bien mullida. Ésta no contenta, cuando el perro se metía debajo de su manta, era ella la que se colocaba, encima del perro sin que éste rechistara.
El mayor problema residía a la hora de la comida. Los comederos estaban cercanos, y el perro en vez de comer de su alimento, trataba en su glotonería de terminar con la ración de la gata empujándola, para luego comer más tranquilo de la suya sabiendo que a la minina no le gustaba. Aunque no tuviese hambre, la comida de la gatita era una tentación para él, engullía rápidamente para no dejar nada, aunque después tuviese que vomitar.

Los momentos de juego era una oportunidad para sentarse y ver quien quería dominar y mandar. Ella como toda fémina era lista y esperaba el momento idóneo para imponer su voluntad. Él más grande y con más tiempo en la casa quería imponer la suya. Así que en sus juegos, el con un simple empujón la sacaba fuera de escena, pero ella queriendo llevar la voz de mando, insistía una y otra vez, para el menor descuido saltarle al cuello y subirse sobre el lomo del can. En un principio lo conseguía, pero el perro ya la tenía calada y ahora rara vez lo llevaba a cabo, por eso la minina le dejaba dar una o dos empujones, pero de manera sibilina, cuando el perro se confiaba, sacaba sus afiladas garras y le arañaba en la cara, haciéndose la desentendida, cuando él refunfuñando la perseguía veloz, saltando esta al árbol, o altura más cercana, observando desde un lugar privilegiado las reacciones del perro.

Aunque no tenían necesidad de buscar alimento, los hábitos comunes son difíciles de dejar. Por la noche en el tiempo de estío, los pájaros solían pasar las horas de oscuridad en las ramas del avellano, que se asentaba en el centro del jardín dando sombra a sus dueños. La gata sabiendo que los gorriones y los mirlos, dormían en sus ramas, con algún nido por allí construido, subía cautelosa, con pasos seguros intentando hacer el menor ruido, para pillar desprevenidas a las aves. Algunas acosadas de repente, salían volando hacía el suelo, donde Tin, ansioso esperaba. Este cogía al pájaro en sus fauces, y aunque no lo comía lo dejaba todo mojado, siendo imposible remontar el vuelo. La gata saltaba del árbol, para batallar por el pajarillo, al que se hartaban de quitarse uno a otro. Si en algún momento podía zafarse de sus captores y remontaba el vuelo, se dejaba caer, en lo alto del tejado de la casa, donde la minina, no podía escalar, y desde abajo le observaba. Mientras tanto el ave, trataba de que sus plumas se secaran, agazapándose junto al canalón, para poder resistir hasta el nuevo día.