El seranu

Cuarenta mil duros

En una de las miles de aldeas, españolas habitaba una familia, compuesta, por José ,(más conocido como Pepe) Rosario su esposa y tres hijos, llamados, José, Rosita y Federico.
Como en todo hogar de las zonas rurales, y después de la guerra y la posguerra, se trabajaba en todo , para la mayoría de las veces no llegar a nada.

Cuando los hijos, estuvieron en edad de trabajar, tomaron como tantos otros rumbo a otros países. José por ser el mayor se fue el primero, par un país europeo, allí quedó toda su vida. Rosita, estuvo unos años, para regresar y vivir en el pueblo que la vio nacer, por su parte Federico, después de regresar de Alemania, con los ahorros conseguidos, montó un negocio que no funcionó, siendo de los primeros en trabajar en las nuevas explotaciones pizarreras de la zona.

Rosario , con una salud quebradiza, se apagó poco a poco.
El patriarca se quedó solo, visitado por su hija, de vez en cuando, que con el trabajo diario y su prolífera descendencia no daba para más.

José tuvo que aprender, las faenas del hogar y a administrar una casa. En aquel tiempo, el dinero, el que lo poseía ,lo guardaba en los habitáculos, más variopintos, nunca en los bancos, eso no era conocido.

Pepe como todos le conocía distribuía sus ahorros en determinados lugares del hogar, y con asiduidad los visitaba, recreándose mientras los contaba. Tenía el hombre unas viejas Chirucas(botas con suelo de goma, el resto de una tela parecida a la Loneta, que dejan pasar el frío y el agua).Las mantenían guardadas en un rincón de la casa, y en la más raída, guardaba cuarenta mil duros(o sea doscientas mil pesetas).

Un día de los que su hija, vino a limpiar en el hogar, decidió con otros objetos deshacerse de las chirucas, y llevándolas a la esquina del huerto, apilo allí los deshechos para posteriormente quemarlos.

El huerto daba para el patio del colegio, y mientras Rosita y su padre, llenaban el estómago, los pequeños, antes de entrar al colegio por la tarde, saltaron la pared, y tomaron las Chirucas, pasándose unos a los otros, como si de un balón se tratara.
Pepe al terminar la comida, fue a revisar sus escondrijos.
¡Maldición!: Las chirucas habían desaparecido.
Interroga a Rosita, que sorprendida, le dice donde están. Trata de explicarle que no sirven para nada y hay que quemarlas.
Sin pararse a escucharla, cojeando, se acerca a la esquina del huerto, sin encontrarlas. Acierta a mirar a los chiquillos, y ve como sus botas van de un pie al otro. Como puede y aún a costa de darse un porrazo, pasa la pared. Los niños lo ven, y se asustan, momento, que él aprovecha para lanzarse a por el calzado. Con el esfuerzo, tan solo consigue una Chiruca , la otra, está en el borde del patio, deslizándose hacía la carretera.
En ese momento, llama el profesor: Pepe, agachado en el suelo, respira. Los niños entran a la escuela, pero el profesor se acerca a Pepe, amonestándole, por no dejar pasar un buen rato a los niños. Éste calla, baja la cabeza y cuando entra en la escuela, se acerca a por la otra bota. Cansado como estaba, lo único que consigue, es verla caer hacía la carretera. Como un resorte, se levanta, a pesar de su cojera, no corre ,vuela, para acercarse a la cuneta del vial. Llega agotado, pero se abalanza sobre la Chiruca, al examinarla, ve como está casi deshecha.
De nuevo vuelve a casa, echando un último esfuerzo, entra en la habitación, para inspeccionar el calzado. En el fondo de la raída Bota, atados con un hilo de lana descansan los cuarenta mil duros. Los saca, y los cuenta por si las moscas.
Los ata de nuevo y después de dejarlos a recaudo, sale de nuevo a la era, para dejarse caer en la banqueta, donde Rosita le espera.
Cierra los ojos, y pese a no escucharla, asiente con la cabeza, mientras como una letanía repite para si: ¡Hay mis cuarenta mil duros!