El seranu

Soledad

Soledad fue la quinta de ocho hermanos. Desde muy pequeña destacó por un carácter fuerte con dotes de mando. Acompañaba a su fortaleza, una gran sonrisa y una belleza que a nadie dejaba indiferente. No fue persona, que se dejase influenciar por los cánones marcados, hacía lo que su mente creía que era lo mejor, sin preocuparse de lo que murmurasen, ni las consecuencias que trajese. Si tomaba una decisión y estaba segura de ello, nada la hacía cambiar de idea.
Soledad, marchó de su casa, a pesar que en aquellos años, las mujeres no se iban del hogar familiar, sin que otro hombre las tutelara, se fue a trabajar fuera, visitando ciudades, que muy pocas hacían en aquella época. Su belleza en algunos momentos le abrió puertas, pero la mayoría era un lastre muy pesado con el que tenía que cargar. En casi todos sus empleos, aún siendo válida, siempre eran paras sus compañeros del sexo opuesto. Eso la molestaba inmensamente. Alguna vez, algunos se ofrecieron para ayudarla a subir en el escalafón, pero eso no entraba en sus ideas, pues sabía el precio que debía de pagar. En eso, era tajante, si conseguía algo sería por sus medios.

Aprendiendo a lidiar con cada situación, Soledad, de cara a la galería, siempre estaba perfecta tanto, a nivel intelectual, como físico y mental. Cuando se encontraba entre las cuatro paredes de su hogar, allí era donde daba rienda suelta a su verdadero yo, y a pesar que nadie diría que flaquease, allí dejaba salir a todos sus fantasmas, para al día siguiente estar, con lo que de ella se esperaba.
En un mundo de hombres cruel y despiadado, siempre se veía relegada, a trabajos minoritarios, y cuando destacaba, no faltaban palos en las ruedas, que impidiesen su camino.

Acostumbrada, a tener como meta, ser la mejor en su trabajo, peleaba cada día por exigirse un poco más y alcanzar sus objetivos. Era buena en lo que hacía, quizá la mejor, pero cuando más alto subía mayor era su amiga soledad. Intentando, no salir herida de relaciones, tanto personales como profesionales, procuraba no intimar mucho con la gente, pero su carácter apasionado siempre le jugaba malas pasadas, era fiel a sus principios y aunque se prometía no entrar en el problema, casi siempre tropezaba con la misma piedra, ya que eran más fuerte su sentir, que la razón.
Deseosa de no dejar sus sentimientos al descubierto, se armaba de un caparazón en el que parecía que nada la afectase, pero muchas más veces de lo deseado, salió con el corazón roto en pedazos, y eso era algo que casi nadie imaginaba.

Soledad, estaba siempre en compañía de una pesada y vieja soledad, cuando se encontraba consigo misma, y aunque deseaba abandonar tal compañía , tenía más miedo a dejarla ir, sin estar segura de lo que la vida le deparase.

Pero como nada es para siempre y todo llega, a esa mujer le llegó su día. Cuando ya no lo esperaba, fueron valorados sus logros, y los que antes pusieron trabas a su ascenso, vieron como pasaron a ser sus subordinados, subiendo ella en escalafón. No faltaron los que, sabiendo de su valía, se alegraron por ella, aunque esos fuesen los menos.

En el momento que dejó de aferrarse a su tristeza, fue cuando esta, sin previo aviso, salió del fondo de su corazón, dejando un hueco que se llenó de pequeñas cosas que son las que componen toda una vida.

Ya no miraba atrás con amargura, ni trató de cubrirse con una fortaleza que estaba lejos de sentir. Se dejó ser tal y como realmente era, con errores y aciertos, valorando lo que cada día le hacía aprender y experimentar. Sabiendo en su interior, que nada, ni nadie puede herir, si el que es herido, no le importa, ni lo permite.
Aprendiendo a aceptar sus errores, como los de los demás, salió reforzada sin quererlo, y aprendió a sentirse a gusto, sola, con su soledad a la que tanto había temido y deseado por igual.
Y casi sin esperarlo, experimentó el amor que tanto anhelaba, dando sin exigir, con total libertad. Pues cuando se deja ser y fluir con la vida, aprendiendo a soltar, es cuando lo que se ha deseado y buscado aparece.

Por fin Soledad, no escapaba de su interna soledad, más bien, la aceptaba.