La magia de la Navidad
La suya era una de tantas residencias , donde los mayores solos, o dependientes pasan los últimos años de su vida.
Ella, a pesar de tener una mente lúcida a sus 85 años, tuvo que irse de su hogar, porque las piernas le dolían mucho, y le resultaba difícil caminar por las empinadas calles de su hermoso pueblo. Además era la única que allí residía, junto con otro matrimonio un poco más joven.
Las tareas de la casa se complicaban, pero más si salía a la calle, lo abandonado de sus callejuelas, las continuas subidas y bajadas desde cualquier lugar, agotaban a sus debilitadas piernas. Por eso su hijo, que vivía a casi cuatro horas de la aldea, resolvió internarla en la residencia.
En un principio se negó en redondo, ella que había hecho de madre-padre para con su hijo, pasando miles de penalidades para sacarle sola adelante, no entendía que no la cuidase su hijo, como ella hizo con los suyos. Al final viendo sus limitaciones, y la insistencia con la que el hijo hablaba, no pudo más que conformarse.
Los primeros días fueros muy aciagos. Allí no conocía a nadie , y echaba en falta su humilde hogar. En él, le faltaban muchas de las comodidades de la residencia, pero era lo que poseía y para ella, lo mejor. La comida no le hacía mucha gracia, con poca sal, y pobre en aderezos que la hiciesen más apetitosa.
Poco a poco se fue adaptando. No le quedaba otra, aunque lo que más extrañaba era no poder ver a su único hijo. Éste, sabiéndola atendida, dejó de acudir a sus encuentros al menos una vez al mes, cuando andaba por el pueblo.
En los tres años que llevaba en las instalaciones, su hijo solo había estado dos veces de visita, ahora ni siquiera en las fechas navideñas se dejaba caer por allí, y eso la hacía sufrir mucho, aunque se cuidaba de que no lo notasen.
Casi todos sus compañeros eran visitados con frecuencia y en Navidad más , alguno que podía, hasta se iba con los familiares a cenar en esos días, regresando al día siguiente, o días posteriores a Navidad, ella, sin embargo, pocas veces podía contar con que la viniesen a ver. Bien es verdad, que ya no le quedaban hermanos, y su tres sobrinos, residían cada cual más lejos de la zona, con los que no siendo en verano, no coincidían.
Sus amigos y vecinos, los que aún quedaban, estaban en su misma situación o parecida.
Se había puesto una coraza, y trataba de seguir lo mejor que podía. Nunca tuvo un gesto malo, con su mejor humor, su sonrisa, tratando de comer sus lágrimas, poniendo todo de su parte para no dejarse llevar por la tristeza.
Se acercaban las cuartas Navidades, en su nuevo hogar, ya aceptaba completamente su situación, intentaba colaborar en todas las ocupaciones programadas, tenía amigas con las que jugaba a las cartas y charlaba, reía pero solo ella sabía, el dolor que guardaba en su corazón.
Seguía teniendo una lucidez mental, como en sus primeros años de infancia, no siendo por la lentitud de su piernas que se negaban a caminar, se diría que por ella, no pasaban los años. Gozaba de bastante buena salud, algo anormal en esos años, la mente la ayudaba a ser consciente de las situaciones, sus manos, su cara y hasta la curvatura de su cuerpo cuando se levantaba, no dejaban intuir su verdadera edad, solo sus extremidades inferiores al caminar, delataban los años vividos.
¡Otra Navidad pensaba… como los anteriores, pasando las fiestas con sus compañeros y cuidadores del local!. Su hijo estaba muy presente en su corazón, aun así trataba de controlar el dolor manteniéndolo a raya sin dejarlo salir hacía fuera.
Trató de entretenerse con el bullicio de lo que se avecinaba, y dejó ese recuerdo allí cerrado, con todo el amor.
El día de Nochebuena se levantó con gran esfuerzo, esperando el momento del aseo y el desayuno, no se ilusionó, para ella era un día como otro.
Cercano al medio día, una cuidadora llegó a su habitación, donde mataba el rato con su compañera, ésta se marchaba de visita después de la comida, se iba con la familia.
Llegó un cuidador, anunciando que tenía visita. Ella, extrañada preguntó:
¿Yo una visita? ¡Tú sueñas chiquillo!
Nada de nada Adelaida, hay un señor y dos jóvenes que preguntan por ti.
Con gran excitación bajó a la planta baja, en la sala de espera estaba su hijo Felipe, una chica preciosa, junto a un joven muy parecido a su hijo. A éste, lo había visto alguna vez cuando era pequeño, ahora llevaba bastantes años sin verle.
Al llegar a la sala, aunque le acompañaba el cuidador, las piernas le flaqueaban, el corazón brincaba como un corcel, la coraza puesta tantos días, se resquebrajaba, sin saber que hacer, notó que una lágrima ociosa brotaba de sus ojos, ella, con un deje de orgullo, la guardó de nuevo.
No supo que decir, tampoco quiso, solo sabía que las próximas horas, serían muy importantes en su vida.
Mientras viviese, ese día sería el principio de cosas mejores.
Fueron unas fiestas entrañables para ella. ¡Tan hermosas como aquellas de años atrás….a pesar de las estrecheces!. Lo que si sentía es que el espíritu de la Navidad y su amor, lo pueden todo, lo llenan todo…..