Fiestas patronales
Ansiaban todos una gran fiesta. Años atrás, una minoría siempre se quejaba por todo. Ahora desde hacía un año y medio, los momentos tan esperados de las fiestas patronales, quedaban en suspenso hasta nueva orden, siempre que la pandemia lo permitiera, y hasta esos que todo le parecía mal, también echaban en falta un poco de ruido, aunque no le gustase acudir al evento.
Con el virus había cambiado los hábitos de la gente en mayor o menor medida, los que antes protestaban, por todo lo concerniente a las fiestas, en estos momentos hubiesen accedido a cosas que tiempo atrás, sin vacilar hubiesen desechado, sin embargo ahora, añoraban esas jornadas. Los defensores de celebrarlas, se les veía alicaídos, recordando esos pocas jornadas al año, donde se dejaban aparcadas todo tipo de faenas para disfrutar de la consabida algarabía.
Se añoraba, ya de mañana, las alboradas, con bandas y charangas que a golpe de viento, percusión o cuerda se oía en las calles, y como no las tracas de fuegos pirotécnicos, que precedían la marcha.
En algunos hogares, quizás los menos, se convidaba como antaño a los músicos, que desde temprana hora, marchaban ligeros, pegados a cada instrumento, sin perder el compás. Desde tiempos recientes, los honorarios cobrados cubren la manutención y cada orquesta o banda lo hacen a su manera.
No más de cuarenta años atrás, los integrantes de las bandas y orquestas, se repartían e iban a las casas, que la comisión disponía, aceptando lo que en cada hogar se servía.
Ya de mañana, se agasajaba a los visitantes, con un surtido de dulces y aperitivos, acompañados estos, de un café calentito si el frío era notable, algún Ferburo de vino, o una copita de aguardiente, que tenía la virtud de calentar, y alegrar. Si por el contrario, la temperatura era buena, jarras de cerveza con gaseosa para refrescar, y un poco de vino para los más valientes. Los adelantados, mejor se refrescarían con agua, para depurar el cuerpo maltratado y poder seguir la juerga.
Cada hogar, distribuía a pie de calle o en bodega, lo mejor que podían ofrecer a los músicos, agradecidos por la dádiva, paraban en ese hogar para interpretar una canción entera, para los dueños de la morada por su generosidad.
Cuando no había ningún alto en el camino, se seguí de largo, sonando la melodía escogida, pero sin parar.
A cuantos se le ponía el vello de punta, cuando llegaba a sus oídos, las notas de alguna melodía lejana, que de golpe, le transportaba a sus años de juventud. Era como en breves minutos, verse en la piel de aquel chiquillo que quería devorar el mundo, y que ingenuo.. no sabía, lo que la vida le iba a deparar.
Desde que la pandemia se instaló en la rutina diaria, esos días de asueto, han quedado aparcados, en algunos momentos, se ha intentado, explayarse un poco, pero el miedo no deja que se disfrute como antes. Casi no hay nadie que no recuerde con nostalgia, los días de fiesta. Sobre todo esos amantes de la música, dispuestos a dejarse llevar por el recuerdo de unas bellas notas, que surgían de unos vetustos instrumentos, teniendo la virtud de llevar al bailarín al séptimo cielo. Cuando en aquellas verbenas veraniegas, se podía estar junto a la persona elegida, disfrutando del calor mutuo, con las notas de un dulce compás. ! Cuantos de los que hoy superan los sesenta, recuerdan aquellos tiempos!