¡Eran otros tiempos!
Puede que lo siguiente parezca una historia de aquellas que nos contaba Luis García Berlanga en sus películas en blanco y negro; pero no, se trata de un pasaje de la vida real de un cabreirés, que en este caso da la casualidad de que se trata de mi propio padre.
Si lo cuento aquí es por entender que hay circunstancias del pasado de nuestros paisanos, que por ser como era el día a día en cada uno de nuestros pueblos, este tipo de historias ya pertenecen al colectivo de la comarca como algo que hay que recordar para conocer aún mejor nuestra memoria como pueblo.
Pues resulta que allá por 1953, teniendo mi progenitor la tierna edad de 18 años, murió una tía suya…
Antes de continuar…: casi que prefiero narrarlo como se lo conté no hace tanto al amigo Marcos Blanco Blas, el día que le pedí que, ya que como es natural no existen fotos de aquellos hechos, me hiciese un dibujo que ilustrase mi texto… Tal vez el resultado del dibujo le quedó un poco más alegre de lo que fue la realidad, pero bueno…
Hola Marcos,
Mi padre es de un pueblo tan humilde como lo era toda la comarca de Cabrera en el año que en que sucedió lo que paso a contarte… así que no te extrañes de que eso fuese así, tal cual.
Corría el año de 1953 cuando mi padre contaba con 18 años, y llevando para adelante el día a día haciendo de todo un poco, como era la costumbre por estos pueblos: tan pronto era pastor como al día siguiente labrador o apicultor…
Resulta que un día cualquiera de aquel año murió una tía suya, soltera, era su tía Felisa; y como es normal en estos casos, había que enterrarla (un entierro sencillo para gente sencilla, no como los pomposos que se llevan hoy en día… hasta para el más hipotecado).
Pues nada, como mi padre era el mozo de la casa, fue a él al que le tocó ir hasta Truchas con la bicicleta en busca de un ataúd…
Ya tenía cierta experiencia en ese menester, pues antes le había tocado traer otra de esas cajas en su bicicleta.
Llegó a Truchas y lo compró; se ató el cajón cruzado en la parrilla, y sin darle más vueltas al asunto se puso en marcha para el regreso; para que pudiese guardar el equilibrio al salir, el comerciante y algún paisano le ayudaron con el primer impulso. Ahora solo tocaba rezar para pedir que nada en el camino le hiciese poner pie en tierra…
En vez en cuando mi padre todavía recuerda y dice: que una caja para muertos es la peor carga que se puede llevar en una bici, por lo desequilibrante, ya que el impacto por lo que significa el objeto poca huella les hacía a chavales bregando en tiempos tan duros.
__Marcos, ahora es cuando entras tú en juego, pues te tienes que imaginar a un chaval transportando un ataúd en su bicicleta por aquella carretera que, más que carretera era un camino empedrado en todo su recorrido: desde que salía de Truchas hasta llegar a su pueblo con sus cuestas incluidas.
El dibujo que te pido imaginar, es de ese momento en que mi padre se va a cruzar con un camión (el de Baltasar de Truchas) en aquella estrecha carretera donde apenas entraba el ancho del vehículo.
__En ese momento el hombre del camión enseguida se percató de lo que le venía, y para que no perdiese el equilibrio y obligarle a parar, se echa a un lado al tiempo que se detiene, para así cederle el paso al chico que de frente circula con el ataúd cruzado.
Eran otros tiempos…y la gente tenía otro miramiento para con sus semejantes.
Ahora las prisas nos matan: todavía recuerdo hace un par de años, cuando yendo al pueblo para pasar el puente de Todos los Santos, a la altura donde desemboca sobre el Eria río Pequeño, en la ese que hace la carretera un camión que bajaba invadió nuestro carril. Di un volantazo y me eche a un lado, me detuve, pero ni se inmuto el conductor del vehículo articulado.
Mi familia y yo mismo nos alegrábamos de seguir vivos, mientras por el retrovisor con mi corazón a cien pulsaciones, veía como se alejaba aquel monstruo con el logotipo de Matacouta en su espalda…