El seranu

Cuento de Nochebuena

Aquella noche, tan fría que tal solo salir al gélido respirar de la calle, y escaparse el más mínimo fluido del cuerpo en pocos segundos quedaba cristalizado. Arturo, bajaba de la pendiente de la montaña en lo más angosto del valle, cuando comenzaba a oscurecer. En esta noche previa a Nochebuena, su mujer, Amalia, estaba a punto de traer un nuevo niño al mundo. Nacería una jornada anterior, a aquel niño de Belén hacía casi dos siglos.
Como en la falda de la montaña, apenas quedaba un puñado de habitantes, y la partera local vio como el alumbramiento tenía problemas, mandó llamar al doctor, al que distaba, más de dos horas de camino. Arturo para sacar la rabia fuera, viendo el esfuerzo y el dolor de su mujer, acompañado de sus perros, salió en pos del médico.
Había dejado de nevar, pero la pista de hielo que cubría el valle, hacía muy complicado el camino. Al llegar, a la villa, el doctor temeroso del temporal, se hacía el remolón para no salir a la intemperie. Pero viendo la mirada de Arturo, cambió de parecer. Sin apenas darle tiempo a coger sus utensilios salieron raudos, en pos de la aldea donde Amalia, no dejaba de gritar, haciendo miles esfuerzos, para ver la cara de su retoño.
Agotada, y sin fuerzas cayó en profundo delirium donde se veía corretear por la ladera detrás de su pequeño, al que no conseguía alcanzar.

Mientras en una playa cercana del polo sur un grupo de muchachos, arribaron su hermoso yate para celebrar la Nochebuena. Todos, habían aportado lo que habían acordado, tratando de encontrar algo distinto en esa fecha, algo que los estimulara. Hartos de tantos privilegios, eran muy pocas cosas las que les motivaban. Buena casa, mejor alimento, un vestuario de lo más variopinto, las fiestas y saraos a los que asistir, sin tener que al día siguiente levantarse a trabajar como la mayoría de los mortales. Si, así era su privilegiada vida, pero algo les faltaba, no lograban encontrar paz, ni estar a gusto con su persona.
Un integrante del grupo daba gracias, por todo lo recibido, mientras oteaba el oscuro horizonte, donde el vasto mar se unía con él cielo, reflejando una incipiente luna, entre el cúmulo de humos de la gran ciudad que los atosigaba.
En ese mar en otro tiempo, lleno de vida submarina, ahora flotaban a la deriva miles y miles de deshechos, que retornaban a la costa con la llegada de las olas. Una vez más pensó que esto no era justo. Un mar así, ellos no se lo merecían. Alguien debía ser el causante, y ese niño que en breve nacería, tendría que hacer algo para que este mundo no fuera de este modo.

En los miles de residencias de la tercera edad, Consuelo, a sus casi noventa años, mira a través de la ventana, como una densa niebla envuelve la ciudad, recordando las veces que en su lejano pueblo, en estas fechas la niebla los visitaba por un periodo largo de tiempo, haciendo que a veces estuviese un mes sin ver el sol. Pensaba… en sus tres hijos, cada uno en sus respectivos empleos, tan atareados, que casi no la visitaban. Aunque no era de su agrado, había aceptado estar en la residencia, para facilitarles la vida. Sin embargo, eran raros los días que la visitaban, y si lo hacían eran tan breves, que no le daba tiempo a compartir sus anhelos.
En vísperas de Navidad esperaría en vano, otro año más a ser un comensal a su mesa.
Consuelo observaba, que allí en la calle, un encorvado vagabundo, daba vueltas, seguido de un destartalado carro con sus escasas pertenencias, intentando encontrar un pequeño rincón, donde resguardarse un poco de las bajas temperaturas, Extendió un cartón para estirar su agarrotado cuerpo y poder conseguir dar unas pequeñas cabezas, antes de que la temperatura bajase más. Sabiéndose sola, agradeció al Creador, por tener sus necesidades diarias cubiertas.

En las inmediaciones de la villa cercana, en un grupo de viviendas nuevas, Tomás y Regina, acompañados de sus pequeños hijos, dejaron su pisito de alquiler, para medrar comprándose un bonito adosado. Con el sueldo de ambos, podían permitirse algo nuevo. Los primeros años fue todo sobre ruedas. Con la regulación de plantilla Tomás se fue a engrosar las listas del paro, Regina aguantó pero pronto le siguió. Intentaron ir pagando, pero al final tuvieron que optar por comer, o abonar las mensualidades. Así que vieron como su querido adosado, se lo llevaba el Banco.
En esta Navidad, ni siquiera podrían comprar, regalos a sus pequeños. Celebrarían las fiestas con sus padres, y gracias a estos no les faltaba lo más básico.

Cuando Arturo y el doctor llegaron arribar a la morada del primero, la partera, no dejaba de menear la cabeza, la joven estaba agotada y la criatura, corría serio peligro. Mientras el recién llegado, hacía grandes esfuerzos por que el nuevo ser viera la luz. Ya apuntaban los primeros rayos del sol cuando, el médico dio por concluida la tarea. Mientras el hombre de la casa, no dejaba de dar vueltas en torno a un pequeño pozo mesando los cabellos y mirando al cielo, pidiendo tal vez un milagro.

Los demás en cada situación pensaban lo mismo, Quizás el redentor de Belén esta noche resolviese sus problemas.
En lo alto del estrellado cielo, una luz pequeña que daba la impresión de apagarse, fue extendiéndose, suave y sigilosamente, por todos los rincones del planeta tierra. Sin el menor atisbo de grandeza y tan silenciosamente, al que nadie sintió llegar.

Con el nuevo día Arturo contempló extasiado, como la mujer de su vida y su retoño después de infatigables esfuerzos, por asirse a la vida yacían dormidos, fuera de peligro.
Los jóvenes del yate, cansados de su buena vida, habían decidido, colaborar con los que menos tenían, bien haciendo labores no remuneradas, o aportando parte de lo que poseían. Haciendo que su vida cobrase por fin sentido, y sintiendo paz en el corazón.
El vagabundo sin saber como, llegó a sus pertenencias, un titulo de propiedad de una modesta casa, con un pequeño jardín donde habilitaría un pequeño local, para aquellos que viviesen una situación parecida a la suya.
Consuelo, a primera hora fue avisada de que sus hijos vendrían para llevársela a pasar las fiestas navideñas, prometiendo visitarla regularmente, lo que cumplieron.
Regina y Tomás recibieron el mejor regalo, una oferta de empleo en una empresa cercana a su residencia, donde ella algunos días a la semana también trabajaría a tiempo parcial. Y lo mejor, el banco les alquilaría su antigua vivienda, hasta que estuviesen en condiciones de seguir pagando las cuotas.
Esa noche de Navidad, una pequeña chispa de Luz, llegó a los corazones que en su humildad tuvieron un atisbo de Fe, confiando que la providencia, siempre proveerá, cuando estamos dispuestos a ello.