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‘Cordillera’, “la mejor novela” de Marta del Riego: de osos, lobos, ganaderos y cazadores, con acento leonés

En sus páginas da voz a las dos especies protegidas nuevamente amenazadas, a la tradición, a las montañas, a los mayores, a mujeres fuertes que llevan las riendas de su vida, al silencio y a la amenaza que se cierne sobre todos ellos en forma de macroproyectos de energía ‘renovable’. Lee la entrevista completa y apunta las próximas presentaciones y firmas en la provincia

La periodista y escritora leonesa Marta del Riego Anta acaba de publicar ‘Cordillera’, su última novela que, además, ha supuesto un punto de inflexión en su trayectoria. “Es mi mejor novela”, asegura a este medio en una charla que se planteó en persona pero tuvo que ser telemática por la apretada agenda de presentaciones y firmas que siguen a un éxito literario.

En algo más de 400 páginas publicadas en la editorial AdN, Del Riego da voz a osos y lobos, a ganaderos, a cazadores, a las montañas, a los ríos, a los campos, al llionés, a mujeres fuertes que llevan las riendas de su vida, al silencio y a la amenaza que se cierne sobre todos ellos en forma de macroproyectos de energía ‘renovable’, al fin y al cabo, a dos mundos que chocan.

‘Cordillera’ es una novela “que relata una situación real”, una pugna, una ‘guerra abierta’, enmarcada en “las montañas bellísimas de Babia y Luna, los bosques de Laciana y el Alto Sil”, pero que se da “en toda la cordillera cantábrica, en Montana o en una aldea de los Abruzzos italianos”: el hombre contra la naturaleza.

“Una historia salvaje y oscura”, “una tragedia griega”, en la que “tres héroes atípicos luchan por sobrevivir en un entorno hostila y, a la vez, de una belleza abrumadora, y en la que un coro canta su destino hasta llegar a la catarsis final”, promete la contraportada del libro.

¿Qué es ‘Cordillera’, no solo qué tipo de novela se va a encontrar el lector, sino también en qué momento y cómo llega?

‘Cordillera’ es un thriller rural y tiene aire de western. La idea nació con la pandemia. Cuando intuí que cerraban Madrid, hui -fue una huida en toda regla- con mi hijo y pasé seis meses en la casa familiar de La Bañeza. Allí, ojeando los álbumes encontré una foto de una rapaza con un cordero en brazos. Esa niña era yo y estábamos en la majada de mi padre. Me vinieron muchos recuerdos de golpe, los olores a estiércol y alfalfa, los sonidos de los balidos y los cencerros… A eso se sumó la ansiedad que sentía por estar encerrada, el deseo fortísimo de salir a la naturaleza. Decidí que mi próxima novela sucedería al aire libre, en un paisaje apabullante. ¿Y qué mejor que la cordillera cantábrica, con esas montañas bellísimas de Babia y Luna, esos bosques de Laciana y el Alto Sil? Yo quería que el ser humano fuera solo un accidente en ese paisaje, quería altas cumbres, ríos salvajes, bosques umbríos, ventiscas…

En la actualidad, con los lobos de nuevo amenazados por la caza y un aumento de hallazgos de osos muertos que, por otra parte, no sé si se investigan lo suficiente y quedan en demasiadas ocasiones sin esclarecer, ¿por qué los pone en el centro de la narrativa?

Es una novela que relata una situación real que se da en toda la cordillera cantábrica, en Montana o en una aldea de los Abruzzos italianos. Cada vez somos más seres humanos y queda menos espacio en el planeta para la naturaleza. Cada vez hay más conflictos. Yo quería narrar el choque entre una ganadera, pastora trashumante, y un biólogo conservacionista que llega a su aldea a estudiar y defender al oso y al lobo, precisamente las especies que atacan su rebaño. Y en esa dicotomía quería darle voz también a un animal, en este caso, a una osa con sus crías. Para alejarme de la pirámide antropocéntrica donde arriba reina el ser humano y la naturaleza está por debajo a su servicio para ser explotada y esquilmada.

La novela se ha publicado en un momento pertinente: justo en este punto de inflexión, cuando se levanta parte de la protección al lobo. Existe en los seres humanos un fenómeno que se ha estudiado y se llama “biofobia”: el odio a una especie. Tenemos en nuestros genes un odio ancestral al lobo. Yo puedo entenderlo en el caso de los ganaderos, porque la convivencia del ganado suelto en el monte con un gran carnívoro es, por supuesto, complicada. Aunque hay métodos muy efectivos como mastines y pastor eléctrico. Pero que venga un urbanita que no ha visto una vaca ni un lobo en su vida a decir, no quiero que haya lobos porque me gusta pasear por el campo y a ver si me van atacar… Eso lo he escuchado. Es un miedo irracional. El lobo jamás ataca al ser humano, le tiene miedo, huye en cuanto lo escucha o lo huele. En España no ha habido un ataque de lobos a humanos desde que se tiene registro. Eso es la biofobia.

¿Qué lugar ocupa en su amplia y variada trayectoria como escritora?

Creo que ‘Cordillera’ es el culmen de una larga carrera y el inicio de una nueva etapa. Es mi mejor novela, la que más me ha costado, cuatro años de investigación y reescrituras, y la más arriesgada a nivel estilístico porque está narrada a través de varias voces. Además, es una novela que engancha. Me gusta escribir para que me lean, no quiero una novela que sea un alarde literario, pero que no se entienda o que aburra a las piedras. Quiero escribir una novela que yo misma leería con ganas. A los lectores les encanta dejarse llevar por una historia sabiendo que, además, está bien escrita.

Por último, creo que también refleja una evolución a nivel personal. He pasado de los páramos y vegas al paisaje abrupto de la montaña, de los paseos con mi padre a vivir el bosque de hayas, de las alondras a los osos. La pandemia fue un punto de inflexión en mi vida a todos los niveles. Todos nos dimos cuenta de la importancia -y la belleza- de la naturaleza. Los corzos se acercaban al Corte Inglés, la hierba crecía entre el asfalto y volvimos a escuchar el canto de los pájaros. Lo que sucede es que lo hemos olvidado. Te aseguro que yo no.

Como ya pasaba en ‘Pájaro del Noroeste’, ‘Cordillera’ tiene mucho de la tierra. Desde la fala leonesa a las tradiciones, la personalidad y también el costumbrismo de la provincia, ¿no?

No me gusta la palabra costumbrismo. Yo diría una especie de realismo poético. Me parece que en León, en esta esquina del noroeste, tenemos mimbres para crear historias muy especiales. El paisaje físico y humano, las tradiciones y leyendas, y una lengua a punto de extinción. Me interesa muchísimo el folklore porque refleja el alma de un pueblo, lo que no se cuenta en los libros de historia y, sobre todo, el día a día de las mujeres -que tampoco está en los libros de historia-. El sonido del pandeiro cuadrado resuena en la novela desde la primera página hasta la última. El ritmo hipnótico de nuestras canciones tradiciones. Y sobre todo, el llionés. Tiene una musicalidad, una cadencia… La novela está salpicada de palabras, incluso frases, en llionés. Lo que contribuye a darle un tono atemporal, habla de la actualidad, pero parece que es una historia que sucediera en un tiempo pretérito. Creo que conservar nuestra lengua, que es un gran legado histórico, es fundamental para conservar también nuestra identidad.

La novela trata varios de los temas que más ‘amenazan’ en la actualidad a las zonas rurales y de montaña de la provincia como los que describe en ‘Cordillera’: los macroparques de ‘energías renovables’, la tentación que supone el dinero fácil para juntas vecinales que nunca han tenido nada, la desaparición poco a poco de algo tan leonés como la agricultura o la ganadería, la caza…

Que la España rural y despoblada es un campo para la explotación de las grandes empresas está a la orden del día, no solo en León, en Soria, en Galicia, en Teruel… En toda la montaña leonesa, en Cabrera, en Maragatería, constantemente se ciernen amenazas de instalar macroparques eólicos, macroparques solares, embalses, macrogranjas… No hay dinero para luchar contra todos esos proyectos que destruyen nuestro paisaje y nuestro patrimonio natural y contribuyen a acrecentar aún más la despoblación. En esto el campo a veces está dividido porque alguien dice, “total pa unos praus que tenemos muertos de risa, si sacamos unas perras”. Ya pero, ¿quién quiere vivir cerca de un aerogenerador de doscientos metros de altura, con su ruido insoportable, su cableado por todas partes, sus pájaros muertos a sus pies? Como dijo una paisana en una de mis presentaciones, la vida en las aldeas, sobre todo de montaña, es muy dura, si estás ahí es porque te gusta, porque ahí eres feliz. Entonces, si te gusta, respeta el paisaje.

Y pienso, el día que esos cientos de aerogeneradores se queden obsoletos, ¿quién va a venir a retirarlos y a quitar los kilómetros de cable subterráneo y a reforestar el bosque destruido? Solo hay que ver lo que ha sucedido con las minas. Las minas se abrieron, trajeron algo de prosperidad a León y a Asturias. Las minas se cerraron, y ahí siguen, agujereando la montaña y contaminando los acuíferos.

Hablemos un poco de los personajes, no solo los humanos, sino también, quizá, de esos otros protagonistas de tu novela un poco más atípicos: la montaña, el oso, el lobo, la meteorología, los olores…

En mi novela hay un coro, que puede ser la voz de los ancianos de la aldea, del bosque de hayas, de la tierra. Me gusta es indefinición. Me gusta que haya muchas voces. Que se escuche el sonido de las pezuñas de las ovejas por las cañadas y los lobos aúllen en la espesura. Me gusta que sea una historia sensual, donde ejercites todos tus sentidos, el olfato, el oído, el gusto, el tacto. Quiero pensar que es una novela sonora, donde he prestado mucha atención a los sonidos. Los sonidos del campo. Me molesta cuando alguien dice, ah, qué maravilla, qué silencio hay en el campo. En el campo jamás hay silencio. Pájaros, insectos, crujidos. Lo que pasa es que hemos perdido la capacidad de leer y entender esos sonidos.

Me llaman poderosamente la atención las mujeres. La complejidad de sus personajes: mujeres fuertes, rudas, toscas, tozudas, desconfiadas, solas (viudas o sin pareja), que hablan de sexualidad, de problemas que parecen solo afectarnos a nosotras, como la maternidad y si afrontarla o no, de qué manera, cuándo…

Nidia, su madre Águeda, su amiga veterinaria, Urraca. Existe sororidad entre ellas, pero no existe sororidad entre ellas. Es una relación complicada. Una madre que nunca supo besar y abrazar. Pero que sabe leer la naturaleza, conoce los nombres de todas las plantas, de las hierbas medicinales. Está tejiendo una colcha de lana, la lana de sus ovejas que ella misma tiñe con las hierbas de la montaña, porque es una colcha homenaje a la tierra. La madre se pasa toda la novela tejiendo, como una especie de Penélope. Y la veterinaria, que tiene nombre de reina leonesa, Urraca. Un personaje muy masculino, se crio salvaje, sin madre, educada por un padre cazador. Me gusta crear mujeres fuertes, que llevan las riendas de su vida. Salirme de ese encasillamiento de la sacrificada mujer rural de la literatura, paridora, madre, trabajadora, sufridora. Mis protagonistas luchan. No son estereotipos, son originales, son únicas. Y tienen cierto misterio.

Y, ¿puede ser que también haya un personaje colectivo? Los vecinos de un pueblo pequeño de la montaña, que parecen actuar igual desde hace siglos y todos en la misma dirección: el qué dirán, las habladurías, los mitos, las leyendas…

Los ancianos del pueblo son muy importantes en esta historia. Son como los ancianos del Sanedrín, de hecho, sus nombres son bíblicos: Abrahám, Isaías… Los ancianos tienen mucho que decir y no solo, los ancianos actúan. En una zona donde la mayor parte de la gente es mayor, cómo no voy a incluir a ancianos-héroes.

Por último, no sé si consideras un personaje más o una parte importante de cómo interaccionan entre ellos el silencio o los silencios. Lo que no se dice porque no se debe decir, porque de eso no se habla, lo que todo el mundo sabe pero calla y así permite que suceda…

Me gusta esta idea de que el silencio es un personaje más. En la novela se habla de La ley del silencio. Lo que sucede en la familia se queda en la familia, lo que sucede en la aldea se queda en la aldea. No se lo vas a soltar a un biólogo que llega fuera, a un forastero. Al biólogo le cuesta entender las normas no escritas de la zona. Pensemos que estamos hablando de una comunidad ancestral de pastores. En Babia se han encontrado restos de pastoreo de 5.000 años de Antigüedad. Entender esos ritmos y esas normas para alguien que llega de Madrid es complicado.

Cuáles son las próximas citas de presentaciones y firmas en León.

A mí León me trata muy bien. Y me encanta hacer presentaciones en el mundo rural, donde tenemos tantos lectores y lectoras de calidad. Lo próximo será el club de lectura de La Bañeza, el viernes 25 de abril y el Club45 de Alex Cooper en Santa Colomba de Somoza, el domingo 27 a las 13. En mayo, el 17 estaré en Santa María del Páramo, el 18,  en el Libro Imposible de Ponferrada…

¿Nos puedes adelantar algo? Qué estás escribiendo ahora o qué será lo próximo.

Estoy en un momento muy especial, con ganas de escribir mil cosas. Acabo de publicar un librito, “La otra gente de río” (Tundra), que es un paseo literario y sentimental que remonta el río Órbigo hasta el nacimiento del Luna. Y voy a publicar con Eolas un libro infantil junto a mi hermano Ángel que tiene mucho que ver con “Cordillera”. Se titula “Pequeño Zar y el bosque animado” y es la historia de un niño enganchado a las pantallas, a quien su madre envía a casa de sus abuelos en la montaña -donde no hay cobertura, claro-. Y el abuelo, que es muy despistado, lo pierde en el bosque. Allí se encuentra con una osa y sus crías, una nutria enamorada de un urogallo, animales que le hablan. Narra el despertar de un niño urbano a la naturaleza.

Y algo que te gustaría escribir, que tengas en mente o pendiente.

Voy a seguir el camino iniciado por ‘Cordillera’, me voy a quedar en esa zona física y espiritual con mi siguiente novela, que será más negra, más country noir.