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‘Sangre na braña’, la segunda vida del libro pionero que llevó la novela negra al patsuezu

Roberto González-Quevedo sopesa versionar en castellano la obra publicada en 2011 y recién reeditada en torno al fin del carbón, el turismo como alternativa a la ganadería y la defensa de las lenguas minoritarias

Cuando en 2011 Roberto González-Quevedo (Palacios del Sil, León, 1953) publicó Sangre na braña, un mundo se estaba desmoronando y una lengua se estaba reconstruyendo. La ganadería de alta montaña ya era pasado y la minería del carbón no tenía futuro. Y el patsuezu perdía hablantes y ganaba lectores. El libro marcó un hito: la primera (y hasta la fecha única) novela negra en esta variante del asturleonés usada en tierras como el Alto Sil, Laciana, Babia o el suroccidente asturiano. Como un investigador que regresa al lugar de los hechos para atar cabos sueltos, viene de afrontar el reto de reeditar la obra a finales del pasado 2024 hasta corregir alguna disfunción temporal, dar la oportunidad a nuevos públicos e incidir en juegos metaliterarios como los guiños a ilustres detectives y a las lenguas minoritarias. Y ahora afronta un dilema ante la posibilidad de versionarla en castellano: mantener aquella atmósfera local o abrirla a un escenario global.

La publicación de Sangre na braña en 2011 fue, en origen, la traslación de una afición personal: la suya a la novela negra como género recurrente para buscar evasión como lector en verano. Resultó también una manera de abrir horizontes como creador: abordar otros ámbitos tras ser pionero junto a su madre, Eva González, en dar una dimensión literaria al patsuezu y volcarse durante un tiempo en la prosa poética. Había publicado ya otras novelas como El Sil que baxaba de la nieve y Onde viven los amigos cuando quiso escribir un punto y aparte. El resultado fue una novela negra que responde al patrón de “reflejar ambientes sociales” al compendiar la sustitución de la ganadería y la caza por el turismo, la desaparición de la minería del carbón o el desarraigo cultural. Pero el proceso no estaba prefijado. “Me dejé llevar por la intuición literaria”, cuenta para decir que se orientó por la propia “musicalidad” del texto. “No es que planificara nada; surgió así”, zanja.

Fue también una cuestión de “sonoridad” la que determinó la estructura narrativa, forjada a través de capítulos relatados en primera persona por varios de los protagonistas de la novela hasta ser un oso el que abre el libro con el descubrimiento de los cadáveres de los miembros de una familia belga asentados temporalmente como turistas en una braña (la Fontellada, que existe en la realidad) de Palacios del Sil. No fue tampoco algo pensado de antemano. “Me resultaba así más cómodo, tenía más sonoridad y era más atractivo”, señala para sugerir una conexión con su “prosa poética introspectiva” característica como una manera de “entrar en el ser humano” al tiempo que se va acelerando la acción. La trama avanza luego para ir sugiriendo hipótesis: la resistencia de sectores locales como el de la caza a la introducción del turismo o una suerte de ajuste de cuentas vinculado a rencillas por cuestiones territoriales y lingüísticas en Bélgica.

Nacido en Palacios del Sil, filólogo, filósofo y antropólogo, miembro de la Academia de la Lengua Asturiana y presidente de la Asociación por las Lenguas y las Culturas Europeas Amenazadas, González-Quevedo disponía de las claves para armar la novela en un contexto añadido de cambios sociales. La reacción fue positiva entonces al “enganchar” a los lectores, que ponderaron el hito de publicar una novela negra en una lengua minoritaria. El autor salió bien parado de otro reto: reflejar ámbitos con mucho peso en la sociedad local como el de la minería del carbón y la caza. “Ahora vemos la caza como un deporte, pero antes era un complemento más de la vida”, cuenta al poner sobre la mesa su importancia en las economías familiares.

Sangre na braña llegó también en un momento de transformaciones en la lengua vernácula, que ya había pasado de la tradición oral de los filandones al papel de las publicaciones. “Ya empezaba entonces a haber un interés por restaurar el patsuezu y por la creación literaria. Había ya una predisposición a la lectura”, apunta para subrayar la importancia que desde los años ochenta tuvieron publicaciones como la revista El Calecho. Hubo entonces lectores tanto la zona natural de influencia como en León capital y en Asturias sin obviar una paradoja: “Mientras todo el mundo habla la lengua, no se preocupa nadie por ella. Pero, cuando empieza a disminuir el uso, curiosamente es cuando surge una minoría, por lo menos, que la añora. Es una cosa paradójica, pero es así”.

La situación del patsuezu ha evolucionado en los 13 años que pasaron entre la publicación de la novela y su reedición. “Ahora hay un campo abonado”, reconoce tras contraponer el deterioro creciente en el uso habitual de la población con “una mayor alfabetización”. Los lectores son ahora más selectivos y “ya hay una minoría que escribe”. Él, que vivió en primera persona la transición de la oralidad a la escritura, analiza con perspectiva. “En los primeros tiempos había más resistencia. Ahora hay una mayor conciencia. Hay más escritores y más lectores. Y los lectores escogen más”, cuenta sin ocultar que al principio hubo un interés hasta “militante” por la lengua. Y valorando que el actual contexto social y político en medio de mociones y movilizaciones por las aspiraciones autonomistas para León ayuda, González-Quevedo precisa que él y su madre tuvieron desde el principio un “interés por despolitizar”. “Y no hay por qué ser leonesista para que te interese la lengua”, remacha.

La novela, que salió en medio de los efectos de la crisis financiera de 2008, no tuvo más recorrido también porque poco tiempo después cerró Ámbitu, la editorial asturiana que la publicó. “Ahora había gente que la reclamaba”, indica el autor, que aprovechó para corregir alguna contradicción temporal del relato y aumentar la edición (ahora a través del sello Los Osos de Pesicia) con un apéndice a modo de epílogo hasta descifrar claves como las alusiones a ilustres detectives de ficción en una novela en la que el investigador principal, Dalgliesh-Muxivén, ya es en sí mismo un doble guiño: al personaje Adam Dalgliesh de las novelas policíacas de la autora P.D. James y al pico Muxivén, que se alza a más de 2.000 metros de altitud en el mismo entorno en el que se desarrolla la trama.

Consciente de que la publicación en patsuezu limita los lectores potenciales, Roberto González-Quevedo sopesa ahora la oferta de hacer una versión en castellano. Y ahí la duda estriba en mantener la esencia local o darle un enfoque más universal. El original, muy centrado en el valle del Sil aun con incursiones en escenarios urbanos como Madrid y hasta internacionales por Francia, Bélgica y Reino Unido, hizo historia al abrir el patsuezu al género negro con reminiscencias “vintage” como la de hacer una breve descripción de los personajes como prólogo y con otras claves como las alusiones literarias. Ahora el futuro determinará si Sangre na braña llega a tener una tercera vida.