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Primer viaje en tren

Era la primera vez que viajaría en tren, a sus seis añitos, por eso Milagros estaba muy nerviosa. Por la noche no dejaba de despertar, sabiendo que tenía que madrugar, y hacer una buena caminata , para coger el tren que le llevaría a Ourense, junto a sus abuelos.

La estación más próxima a su pueblo, estaba a siete kilómetros, y ese trecho había que hacerlo a pie, o en una caballería. En la recta final, de mil novecientos cincuenta, había muy pocos autos en los pueblos, o casi ninguno, y ellos tampoco lo poseían. Así que al amanecer se irían de la aldea, para coger la unidad que les llevaría a la ciudad Orensana.

Nada más salir de la estación Milagros, aunque estaba muy exaltada, aunque daba muestras de amodorrarse, debido a la caminada , pero sobre todo, por pasar una noche en un duerme vela constante.
La niña, llevaba una cestita en la mano, a modo de bolso de color rosa, regalo de su abuela paterna, lo mismo que su vestido, unos zapatitos blancos, con unos calcetines también de color rosa y una rebeca del mismo color que los zapatos.

Sentada en el tren se recostaba en la abuela, sin soltar la cestita de la mano.
Cuando llegaron a la estación de Monforte había que hacer trasbordo, para coger otro tren que le llevaría a la capital orensana.
Junto a los abuelos y la niña, viajaba una vecina de estos, que también iba a la capital a visitar unos parientes. La vecina tenía doce años y sus padres la dejaron ir, porque iba al cargo del matrimonio vecino. Alberta que se llamaba la jovencita, ya había ido otras veces en tren, y cuando abandonaban Monforte, viendo a Milagros tan emocionada, le dijo:
Milagritos mira. Volvemos para atrás, así que no vamos a Ourense. La pequeña al principio dudó , pero luego después de tanto insistir la otra, comenzó a gimotear, temiendo no ir a la ciudad.
Pasado el susto, la niña estaba atenta a todo, hasta en los túneles, que le daban miedo, y se agarraba a la mano de la abuela.
Cuando llegaron a la estación de Ourense, Milagros no dejaba de mirar a todos lados, aquella era un lugar más grande y con muchos trenes, más que donde ella había venido.
Llegaron casi a la hora de comer. Después de visitar a la familia, la niña acompañó a sus abuelos a dar una vuelta por la ciudad.

Llevaron a la pequeña a ver las “ Burgas” las fuentes termales de la capital.
Milagros quedó impactada, ya que un pequeño cuadrado, rodeada por una verja de hierro de más o menos un metro, el agua burbujeaba y desprendía vapor de agua. También al lado había otros caños de agua que estaban calientes, pero no tanto como la primera. Además en aquellos años, alrededor de las fuentes termales, se acumulaban plumas de aves, y bastante suciedad en torno a ellas. Eso es lo que la niña siempre recordaba. De regreso en una churrería cercana a la casa de los familiares, la niña comió unos churros con chocolate, algo que solo había comido otra vez, el cual hizo las delicias de la pequeña.

Estuvieron allí tres días, donde la chiquilla visitó el parque, subió a los columpios a un tobogán y dio una vuelta en algunas de las atracciones que tenía el parque, pues era la primera vez que salía tan lejos de su casa y nunca había visto tantas cosas.

Todos los días que estuvieron en la ciudad, Milagros merendó chocolate con churros, algo que en su pueblo no podía hacer.
Además no dejaba de preguntarse, que habría debajo de los caños de agua caliente, seguro pensaba… que hay unos señores que se dedican a hacer un gran fuego y calentar el agua, pero no podían dejarlo apagar, pues sino saldría fría.

Años después volvía a visitar las Burgas y lo que se encontró no era ni parecido a lo que hacía cuarenta y cinco años había visto y recordaba.

De regreso, traía en la cestita, un montón de caramelos y chocolatinas, regalo de sus familiares y abuelos, para compartir con su hermanito, que se quedó en la aldea con sus padres.