Cuando Cabrera en León era ‘zona cero’ de volcanes en erupción
Castilla y León carece actualmente de actividad volcánica, pero hace 465 millones de años, el oeste de la Comunidad y, especialmente Cabrera, era una tierra de volcanes.
Lejos del calor de Cumbre Vieja, en la isla canaria de La Palma, la Comunidad está a salvo de actividad volcánica. Pero no siempre fue así. Hace muchos, pero que muchos años, 465 millones, el estruendo de las tripas de la tierra golpeaba con fuera a lo que hoy es Castilla y León. Las bocas de estos monstruos expulsaban lava en la Cabrera Alta leonesa y en otras zonas del oeste de la Comunidad y las coladas de lava conformaban un paisaje que hoy perdura.
Fue en el Ordovícico, un tiempo en el que no había aún animales en la tierra y la vida se desarrollaba en el mar. León, y especialmente el municipio de Truchas, alberga un gran número de pruebas visibles de ese rugido de la tierra.
Javier Fernández Lozano, profesor y científico de la Escuela Superior y Técnica de Ingenieros de Minas, identifica un singular ejemplo de actividad volcánica, como es el crestón de rocas volcánicas ácidas-intermedias de Peña Ramiro, en Truchas, cuyas características y magnitudes con las que el interior de la tierra castigó a lo que hoy es Cabrera «debieron ser distintas a las observadas estos días en La Palma».
«Se trata de los restos de un domo de lava de gran viscosidad que, unido a los piroclastos preservados en los alrededores, permiten hacernos una idea de las dimensiones que pudo alcanzar este evento volcánico». Este geólogo conoce bien la zona, la ha trabajado, la ha pisado y recoge habitualmente muestras que luego se analizan en el laboratorio.
Por ello, afirma con rotundidad, en declaraciones a Ical, que los volcanes constituyen una de las manifestaciones geológicas «más extraordinarias que pueden observarse sobre la superficie del planeta». Ello, unido a las dificultades que entraña conocer el interior terrestre y su potencial destructivo, «hace que cualquier nueva erupción cause un fuerte impacto en la población», como ocurre en este momento con Cumbre Vieja.
En la actualidad no existe actividad volcánica en Castilla y León. Las áreas de volcanismo reciente en la Península se sitúan en el Campo de Calatrava (Ciudad Real), la zona de la Garrotxa (Girona), la región sureste de Almería y Murcia y en el Levante (Cofrentes y Picasent). Pero a 2.300 kilómetros de distancia de La Palma, la provincia de León experimentó actividad de este tipo en el pasado, similar a la que hoy llena de espacio y horas las televisiones.
Aunque con una salvedad, lo que hoy es Truchas entonces era el suelo de un gran océano y el vulcanismo se producía en el interior de mar «generando una fuerte actividad hidromagmática que, unida a la elevada viscosidad de su magma, creó una gran columna eruptiva y fuertes explosiones que fracturaron la corteza. Sus fragmentos están repartidos por gran parte de la Cabrera Alta». El estudio de estos restos permite a Fernández situar este extinto y monstruoso volcán al sureste del municipio de Truchas, pero su ubicación precisa se desconoce.
Existen otras evidencias de vulcanismo, en el pasado, al norte de León, en la zona de Barrios de Luna y en los valles del Torío y Esla. Y también en otros puntos del occidente de la Comunidad, como Zamora o Salamanca, que han sufrido actividad eruptiva. Buen ejemplo de ello son los sectores de Sanabria, Carballeda y Alcañices o la Sierra de Tamames, cuyos suelos albergan las pruebas de las explosiones y la lava.
En cualquier caso, estos restos volcánicos no presentan actividad ni riesgo alguno de nuevas erupciones. «Se consideran extintos, pero constituyen un laboratorio natural para conocer las entrañas de la tierra y los procesos que dan lugar a edificios volcánicos como los que podemos ver hoy en día sobre las islas Canarias», apunta Javier Fernández.
Sobre la actividad tectónica
Que no haya volcanes activos en la Comunidad, no significa que la tierra sobre la que pisamos esté quieta o esté muerta. En Castilla y León existe actividad tectónica, es decir, hay placas terrestres y se mueven, especialmente hacia la región más noroccidental, en El Bierzo. De hecho, en un estudio reciente que el equipo de Fernández publicó en la revista científica ‘Tectonics’ se analizó la posibilidad de que se produzcan terremotos y los motivos por los que podrían llegar a ocurrir a distintas profundidades. En todos ellos hay «un denominador común», la presencia de fluidos calientes que circulan por el interior terrestre y que «podrían desencadenar fuertes presiones, capaces de reactivar fracturas en la corteza o abrir otras nuevas».
Este experto abunda en que en todo el noroeste existen fallas kilométricas que podrían reactivarse dando lugar a terremotos de cierta magnitud, 5,9 grados sobre la escala Richter, incluso superiores. En este punto, Fernández recordó el terremoto de Sanabria en 1899, que fue sentido a grandes distancias, «con una intensidad V, capaz de provocar daños en las estructuras de las viviendas del entorno».
Marcas de terremotos en Valporquero o Llamazares
Hay otras grandes fallas en el norte de la Comunidad que podrían generar terremotos, como la de León y la de Ventaniella. Esta última nace en la plataforma marina del Cantábrico atravesando el norte de las provincias de León y Palencia. La sismicidad del pasado quedó registrada en muchas cuevas de la Cordillera Cantábrica, entre ellas las de Valporquero y Llamazares, en León.
Pero también, añade el experto, en los estratos geológicos de la provincia, como así ocurre en los alrededores de Manzaneda de Cabrera. «Gracias a estos restos podemos conocer la actividad sísmica del pasado de nuestra Comunidad», aseveró.
Sin embargo, aclaró que esta actividad «no está relacionada con erupciones volcánicas, dado los condicionantes actuales de la geología de Castilla y León, entre otros, la ausencia de anomalías térmicas en capas profundas».
Javier Fernández aprovecha también para hacer un llamamiento a favor de la geología, ya que tanto la actividad sísmica como volcánica son fenómenos naturales que pueden producir grandes catástrofes, a las que en ningún caso «se deben calificar de «naturales», por lo que consideró «indispensable» un estudio detallado y una planificación del territorio que «contribuya a minimizar en lo posible sus consecuencias». «Desgraciadamente, solo nos acordamos de ello cuando vivimos situaciones como la devastadora erupción ocurrida estos días en La Palma», concluye.